Un placer, amigos

Es un honor para mi el que visites mi página y espero que descubras algo que pueda interesarte. Además de reproducir los breves artículos de opinión que en días alternos publico en el diario El Progreso de Lugo, sobre variados temas del día a día, también procuro insertar pinceladas de actualidad, de contenido histórico (no al uso) o costumbrista para hacer más amenos los textos, viajes..., aparte de incluir algunos enlaces que pueden ser útiles en determinados momentos. También os invito a seguirme. Un saludo cordial desde la romana y amurallada ciudad de Lugo, la Lucus Augusti, en España.

domingo, 31 de marzo de 2013

Escaqueo político en los eres andaluces

La Justicia está en ello, habiendo tomado ya algunas decisiones importantes, y dirá lo que tenga que decir sobre las implicaciones penales en el fraude de los eres andaluces; cosa diferente es la responsabilidad política que, por el momento, nadie asume, como
(De Público)
debería haber ocurrido ya. Lo más sorprendente es que la cúpula de la Junta, primero con Chaves al frente y ahora con Griñán, pretende el escaqueo con el pretexto del desconocimiento. Es decir, que los millones fluían a chorros por la espita del choriceo a gran escala y en diez años no se dieron cuenta; y eso que el actual presidente se ocupaba de la economía. Meter la mano en la caja, o mirar para otro lado haciéndose el longuis, es muy grave, pero no lo es menos no olerlo, en el caso de que fuese cierto. Entonces habría que añadir la ineptitud, reñida con la capacidad e incluso con la honestidad que debe exigírsele a cualquier dirigente para que su función esté a la altura de lo que se le exige y la confianza que en él depositó el ciudadano.


jueves, 28 de marzo de 2013

Cuando los esfuerzos policiales son debilitados por decisiones judiciales



Que la labor de las Fuerzas de Seguridad del Estado es abnegada, sufrida y no siempre correspondida es algo que no se le escapa a nadie, pero su eficacia queda muchas veces desvanecida por el propio sistema judicial. Días atrás, la Policía apresó a dos bandas de astutos butroneros, especializadas en emplear lanzas térmicas, operaciones ambas muy laboriosas para los agentes, cuyo cabreo posterior está justificado desde que los 17 detenidos entraron por una puerta del juzgado y salieron por otra. No importó que los integrantes acumulasen ciento once detenciones. Con la impunidad que se les otorga podrán seguir asaltando joyerías o lo que sea. Ignoro las razones jurídicas de su suelta, probablemente ajustada a derecho, pero también es evidente que la alarma social existe y debiera servir para evitar providencias que contribuyen a que la Justicia genere mosqueos. Parece, pues, acertado que la Confederación Española de la Policía considere “escandalosa la impunidad de que disfrutan estas bandas”.

martes, 26 de marzo de 2013

Así se explican los silencios por los eres



Cierto es que los grupos de izquierda o quienes se autoproclaman tales son más proclives que la derecha a movilizarse, lo cual está muy bien y es además saludable en una democracia, pero carecen de sensibilidad para protestar cuando los desarreglos provienen de su lado, donde parece que los desenfrenos están permitidos. Aun así resultaban sospechosos los silencios (callejeros y de despacho) por los eres fraudulentos andaluces, en detrimento de los subsidios del paro, como si todas las pancartas esperasen mejor ocasión en el desván de los Bardem, también mudos pese a los millones de dinero público desfalcados. Pero llegó la explicación: había sindicalistas de por medio, y de hecho uno de ellos, cazado con el botín debajo de la cama, ya está en el trullo. Los sindicatos, recelosos, no lo admiten, pero la juez insiste en que cobraban comisiones por dar información privilegiada sobre las empresas en crisis. Algo se avanzó, pero será insuficiente hasta que caigan todas las equis. No parece difícil.


miércoles, 20 de marzo de 2013

Libertad de expresión: casi todos los políticos pretenden tenerla bajo control

MÍRESE como se mire, el acuerdo al que llegaron los tres principales partidos británicos a fin de controlar la prensa con el pretexto de evitar abusos no viene sino a certificar la vocación de los políticos para fiscalizar la libertad de expresión, pero por lo menos, todos a una, no lo ocultan. En realidad no caben excepciones: todos lo hacen cuando pueden hacerlo. Sorprende por ejemplo que quienes controlaban antes la televisión pública en España se rasguen las vestiduras quejándose ahora de lo mismo que practicaban ellos, sin diferencias apreciables a favor o en contra. Es verdad que de la parrilla de informadores y vendedores de opinión desaparecieron casi todos los que estaban, pero para dejar paso a los que hacían pasillo, y que volverán nada más cambien las tornas. Es un trasiego irrenunciable que por añadidura evidencia, por lamentable que sea, la falta de objetividad de quienes se prestan a servir a la voz de su amo por intereses estrictamente personales, cuando no partidistas.  

sábado, 16 de marzo de 2013

Fracasos del sistema: las gallinas son mamíferos y los caracoles, crustáceos



Para reír o llorar, depende cómo se tome. Que no falte quien se desternille no quiere decir que no sea un episodio penoso, y aún considerándolo un hecho que pudiera parecer aislado ha de enmarcarse en un contexto que refleja una coyuntura poco menos que insalvable a corto plazo. El sistema educativo, zarandeado por unos y otros, según les convenga, da sus frutos. Debe ser que algunas reformas docentes, más encaminadas a adoctrinar que a instruir, acaban por abducir a los educandos en vez de insuflar contenidos útiles y necesarios para orientar su formación; de lo contrario algunos de los opositores al cuerpo de maestros de la Comunidad de Madrid no hubiesen afirmado en el examen de acceso que las gallinas son mamíferos y los caracoles, en vez de moluscos, crustáceos. O que no supiesen por donde fluyen el Ebro, Duero o Guadalquivir, ni que pudiesen fijar la ubicación y límites de las autonomías, en este caso en un porcentaje superior al sesenta por ciento de los aspirantes. Así es el bagaje de algunos de los llamados a impartir docencia. Para llorar, sin duda.

miércoles, 13 de marzo de 2013

Dos mil años de intrigas en San Pedro

Esteban VI fue el papa más espantoso. Desenterró el cadáver de su predecesor, lo juzgó y lo arrojó al río Tíber

 

 

Santos y villanos. Poder terrenal y espiritual. La historia del papado es también la de luchas sin cuartel o dogmas como la infalibilidad. Curioso reportaje publicado en el diario El País, firmado por Juan G. Bedoya, que reproduzco por su interés.

Entre los muchos papas infames de la historia no es el peor Esteban VI, pero sí el más espantoso. Poco después de su ascensión al pontificado, en la primavera de 896, ordenó desenterrar el cadáver de su predecesor, el papa Formoso, que llevaba nueve meses bajo tierra; se ocupó de que lo ataviasen con las más vistosas vestiduras imperiales; habilitó un pequeño trono para resaltar la vistosidad del momento e inmediatamente reunió en torno un concilio de prelados para someter a juicio al cadavérico Formoso. El acontecimiento se cuenta en diferentes historias de la Iglesia romana como el “Concilio cadavérico” o el “Sínodo del cadáver”.
¿Qué ofensa había infligido Formoso a su fiero sucesor? Nada menos que aceptar ser papa cuando fue elegido para ello, pese a inconvenientes formales. Esteban VI se creía perjudicado, además, porque Formoso lo había nombrado obispo de una diócesis alejada de Roma, lo que le excluía de la siguiente elección según las normas de entonces. Cuando, pese a todo, fue elegido papa, Esteban VI buscó la manera de acallar las críticas y su posible inhabilitación. Para ello debía anular los nombramientos de su predecesor. El juicio a Formoso (al cadáver de Formoso) podía presentarse, por tanto, como una cuestión de procedimiento. Pero el odio histérico del sucesor despejó dudas cuando los presentes fueron informados sobre la ceremonia a la que iban a asistir. Un diácono de confianza del papa Esteban debía situarse junto al cadáver en descomposición como su representante legal, para responder a las acusaciones. Y cuando Formoso fue declarado culpable, se amputaron a su cadáver los tres dedos de la mano derecha utilizados para firmar y regalar bendiciones. El resto del cuerpo, desnudado con esmero sobre el trono ante los asistentes –solo se le dejó el cilicio que tenía pegado al cuerpo–, fue arrojado al río Tíber.
Esteban VI acabó de muy mala manera, después de que un incendio (ocasionado por un rayo “de orden del Divino”) destruyó aquel mismo año la basílica de Letrán. Fue una señal que enardeció a los sacerdotes ordenados por Formoso para rebelarse. El papa acabó encarcelado y estrangulado. Uno de sus sucesores, Teodoro II, de brevísimo pontificado –veinte días–, alcanzó a rehabilitar a Formoso, recuperando su cuerpo del Tíber y oficiando nuevo y solemne entierro. Formoso tiene tumba en la basílica de San Pedro.
Este episodio ha sido considerado uno de los puntos más bajos del papado. Ha habido otros peores, aunque menos extravagantes. Eso sí, el “Concilio cadavérico” causó estupor en Roma. Lo demuestra el hecho de que apenas existen datos sobre los papas de aquel tiempo, salvo una mera relación. Sí se sabe que antes de llegar Formoso al pontificado se habían producido altercados y crímenes en varias elecciones. Es el caso de Marino I, que sucedió a Juan VIII en 882 con la misma tacha que manchó a Formoso, es decir, que no debía aceptar el cargo porque ya era obispo de otra ciudad. Esa prohibición de “traslado de sedes” causó muertos sin cuento, entre otros la de un nomenclator (funcionario) papal llamado Gregorio en la basílica de San Pedro, donde (sic) “quedó una mancha de la sangre en el suelo porque lo sacaron de allí a rastras”.
Del sucesor de Marino I tampoco hay buenas noticias. Se llamaba Adriano III, estuvo un año escaso en el cargo y apenas tuvo tiempo para reinar porque no paró de defenderse de facciones y de ajustar cuentas cuando podía. Así, mandó cegar a un funcionario público hostil y azotó desnuda por las calles de Roma a la viuda del ya citado Gregorio, sin que los historiadores alcancen los motivos (o porque sí).
La ‘papolatría’ al uso dice que el pontífice romano es Vicario de Cristo, Sucesor de Pedro, Siervo de los siervos de Dios, Santo Padre y Sumo Pontífice, todo en mayúscula. También es, a efectos de política internacional, Jefe de Estado de una llamada Santa Sede. Además recibe tratamiento de Su Santidad. El inquisidor Roberto Belarmino (1542-1621), el primer cardenal jesuita y verdugo de Giordano Bruno y de Galileo, en su famoso catecismo, en vigor hasta principios del siglo pasado, contestaba a la pregunta “¿quién es cristiano?” de este modo tan curial y actual: “Es cristiano el que obedece al papa”. Un Dios, un Cristo, un obispo, y este, además, investido por el dogma de la infalibilidad y apoyado por incontables medios materiales.
Jesús, el fundador cristiano, entró en Jerusalén a lomos de un borrico. Los papas viajan coronados con la tiara pontificia y se visten como los emperadores romanos, para impresionar. “No fue con un cheque del banco del César con lo que Jesús envió a sus apóstoles a anunciar el reino de Dios”, clamó en el siglo XIX el teólogo francés Robert de Lamennais, tan citado. Así fue como nació y se consolidó, con poder y riquezas, el llamado “Imperio católico”.
Pese a intrigas internas sin cuento, muchas veces resueltas criminalmente, no ha habido un solo aspecto de la vida en que la Iglesia no se creyese con derecho a dar su dictamen e imponerlo. Monarcas autocráticos, los papas practicaron durante siglos la doctrina de Gregorio VII en el texto Dictatus Papae, de 1075: solo el romano pontífice puede usar insignias imperiales, “únicamente del papa besan los pies todos los príncipes”, solo a él le compete deponer emperadores, sus sentencias no deben ser reformadas por nadie mientras él puede reformar las de todos. El último de esos emperadores (o así se creía) fue Pío XII, soberano entre 1939 y 1958. Obsesionado con el protocolo, los funcionarios debían arrodillarse cuando el papa empezaba a hablar, dirigirse hacia él arrodillados y salir de la habitación caminando hacia atrás. Pese a tanto boato, el papado llevaba medio siglo sin poder temporal, al menos teórico. Stalin, el dictador soviético, lo dejó claro cuando Churchill, en la Conferencia de Yalta en 1945, le informó de la posible participación del papa en las conversaciones de paz, que el premier británico apoyaba. “¿Cuántas divisiones tiene ese papa?”, zanjó Stalin.
Ni tanto, ni tan poco. Ciertamente, la Iglesia romana es hoy una “viña devastada por jabalíes” (escándalos económicos, abusos sexuales a menores, intrigas internas, espionaje entre prelados; “un papa rodeado de lobos”, en fin), como ha reconocido el ya emérito Benedicto XVI. Tampoco tiene ya poder terrenal, aunque sí enormes bienes e incontables ayudas económicas por parte de muchos Estados que, sin embargo, se dicen aconfesionales. Fue desde una perspectiva de poder absoluto, que aún persiste, como la confesión católica construyó su imperio desde la conocida como “donación de Constantino”, el emperador que convirtió el cristianismo en la religión oficial del Imperio Romano. No tardaron mucho los hasta entonces perseguidos en convertirse en tenaces perseguidores. Calculó Voltaire en 1765 que el cristianismo había causado hasta entonces doce millones de muertos en guerras de religión, cruzadas contra infieles, caza de herejes y de brujas y los autos de fe de la terrible Inquisición.
Suele ponderarse el número de papas proclamados santos. Son muy pocos (apenas el 31% de los fichados como tales papas: 265 pontífices, más o menos). La inmensa mayoría de esos santos (54) pertenece a la prehistoria de esa confesión y murió durante alguna de las persecuciones que los cristianos sufrieron en los primeros siglos. Son, por tanto, papas mártires. Más tarde, la santidad oficial de Sus Santidades brilló por su ausencia durante siglos. Por volver al tiempo del famoso Formoso, en los dos siglos que van entre Nicolás I (papa en 858-867) y León IX (1049-1054) solo hay un papa santo, el ya citado, de armas tomar, Adriano III. El primer milenio acaba con otros 22 santos, entre los que destaca san Gregorio I Magno (590-604).
El segundo milenio ofrece resultados desastrosos para el buen nombre de Sus Santidades, sobre todo en el llamado siglo de la oscuridad. Hubo papas casados, papas con hijos de varias mujeres, papas que abusaban de las doncellas de palacio; papas criminales, pontífices de presidio… En medio de tantos escándalos, lo que se espera del papa de turno “es que al menos crea en Dios”, dijo el rey francés Luis XV tras uno de sus enfrentamientos con Roma. Un ejemplo es Juan XII. Papa en el siglo X a los 18 años, de civil Octaviano, era un muchacho con pasiones ardientes y brutales. Había sido educado para mandar civilmente. Desviado hacia lo espiritual, cambió de nombre, pero no de conducta. No fue el primer papa que introdujo la costumbre de cambiar de nombre, pero el escándalo que su paso por la silla de Pedro había causado convirtió en norma esa originalidad, hasta nuestros días.
Ha habido también papas de enorme talla, como León I el Magno, que libró a Roma del asalto final de Atila, al que convenció para que se retirase por donde había llegado. O Gregorio Magno, el que más hizo por consolidar el poder temporal del pontificado, al que accedió después de haber sido gobernador civil de Roma. Entre los más cercanos sobresalen en extravagancia Gregorio XVI y Pío IX, que gestionaron de mala manera la pérdida de los Estados Pontificios arremetiendo contra la modernidad y contra todo lo que se moviera hacia delante. Gregorio condenó, por ejemplo, el ferrocarril. Pío IX es el papa del dogma de la infalibilidad.
Causó Pío IX estupor en media Europa cuando en 1858 mandó secuestrar a un niño judío de tres años porque había sido bautizado por una criada católica con la disculpa de que estaba en peligro de muerte. El niño se llamaba Edgardo Mortara y vivía en Bolonia con sus padres. El rapto lo maquinó el Santo Oficio vaticano, que lo llevó a Roma, donde fue educado en la religión católica y ordenado sacerdote más tarde por Pío IX. Pese a la escandalera y las presiones de varios mandatarios, el papa no lo soltó nunca. Acabó de fraile en el monasterio de Oñati (Gipuzkoa). Unamuno lo conoció una tarde que pedía dinero para su convento en el balneario de Zestoa. “El padre Mortara era un verdadero políglota y en llegando a mi país se propuso hablar vascuence, y llegó a conseguirlo. Yo le oí un sermón predicado en vascuence, en Gernika, y os digo que se sufría oyendo a aquel hombre intrépido”, escribió el autor de La agonía del cristianismo.
El rapto del niño Mortara fue solo un episodio de la ferocidad antiliberal de Pío IX, que contó con el respaldo casi exclusivo de la infantería francesa aportada por Napoleón III a cambio de grandes favores papales. “Un prostíbulo bendecido por obispos; una coalición entre la sala de guardia y la sacristía”, diría más tarde Charles Forbes, conde de Montalembert. No ha habido gobernante reaccionario en Europa que no haya contado con el apoyo del pontificado romano, siempre en combate contra el liberalismo, el modernismo o, más genéricamente, en contra de la imparable, en media Europa, separación Iglesia-Estado.
elevados a los altares cinco papas, con Celestino V a la cabeza. Se trata del papa que, antes que Benedicto XVI, renunció al pontificado cinco meses después de ser elegido, en 1294. Era monje y vivía solo en una cueva del monte Morrone (Italia), con fama de santo y sanador. Fue aclamado papa después de un cónclave que se prolongaba ya dos años. Llegó a lomos de un burro al templo en el que iba a ser coronado. Cuando abdicó, escandalizado, quiso volver a su vieja ermita, pero el sucesor, Bonifacio VIII, mandó matarlo. Así lo creyó Felipe IV el Hermoso, rey de Francia, que ordenó capturar en Roma al papa reinante para procesarlo. Bonifacio VIII murió poco después, probablemente asesinado. De él se ha dicho que “entró [en el pontificado] como un lobo, gobernó como un león y acabó como un perro”.
El último papa santo es Pío X (1903-1914), único hasta la fecha del siglo XX. Antes que él hay que remontarse a san Pío V (1566-1572). Ahora avanzan los trámites para elevar a lo más alto de los altares al antijudío Pío IX (1846-1878); a Juan XXIII (1958-1963), el papa que convocó el Concilio Vaticano II –a los dos hizo beatos Juan Pablo II–, y a este mismo, a quien beatificó su íntimo amigo y sucesor Benedicto XVI.

martes, 12 de marzo de 2013

El caso Ponferrada tiene toda la pinta de acabar como la farsa de mamá Pajín




Que el nuevo alcalde de Ponferrada prefiriese conservar a la poltrona antes que acatar la disciplina de militancia no aporta nada nuevo en cuanto a lo que supone para los políticos la ideología que con tanto ardor defienden de boquilla. Llegado el momento es relegada al plano que haga falta con tal de aferrarse al poder. Pero peor que la inmoralidad de Samuel Folgueral es el confuso comportamiento del aparato del PSOE en el embrollo, festejando primero y reculando después de que Chacón forzase a Rubalcaba (al tanto) a desautorizar al secretario de Organización, muñidor de la maniobra y no único responsable. Las excusas de Óscar López ayer en el comité federal parecen insuficientes, y aunque la Ejecutiva no aceptase su dimisión queda tan chamuscado que su continuidad es insostenible. A todo ello no faltan quienes piensan que lo de los ponferradinos es una escenificación al estilo de mamá Pajín en Benidorm, yéndose para volver bajo las siglas sociatas cuando escampe, si escampa. Se verá, pero el propio Folgueral ni tan siquiera lo ha descartado horas después de su huida hacia delante.

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