Ocurre siempre que se aproximan las elecciones, y más si son municipales: manda la incertidumbre. Y esta vez más que nunca por la irrupción de nuevos partidos o formaciones, con lo cual el ciudadano tendrá más opciones al votar, lo que en principio no es malo. Es evidente que el bipartidismo finiquita, abriéndose una diversificación que, entre otras cosas, hará casi imposibles las mayorías absolutas: más democracia y más participación. Ahora bien, la excesiva fragmentación tiene también sus riesgos, hasta el punto de que, a veces, será peor el remedio que la enfermedad. Dado que siempre se imponen los intereses partidistas a los de los ciudadanos, los pactos de gobierno, estables, serán casi imposibles, salvo que se acepten las imposiciones de las minorías, que son realmente las que deciden, contradiciendo la voluntad popular. Y acuerdos puntuales más de lo mismo, pero será lo más asequible si se permite gobernar a la lista más votada. Un futuro convulso, en cualquier caso.
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