No queda casi nada que no esté contaminado por la política, para bien o para mal; más bien para lo segundo, como es el caso de la Justicia, cuya idependenciaestá sometida al Poder Ejecutivo cuando de cúpula se trata: Poder Judicia, Tribunal Supremo y Tribunal Constitucional, cuyos integrantes están etiquetados siempre por quienes los proponen. De hecho actúan de igual modo que los parlamentarios: su voto siempre está condicionado y vinculado a la fuerza política a que pertenecen, sea o no juridicamente correcto.
Acaba de renovarse, solo en parte, el Tribunal Constitucional, y se sabe perfectamente quienes son los progresistas y los conservadores. Y también se sabe cuál va a ser su voto en el momento de someterse a su consideración, no un pleito cualquiera, sino una cuestión de Estado. Y es lamentable que la ciudadanía sepa de antemano cómo va a pronunciarse, porque unos votarán una cosa y otras se alinearán con otra. Eso significa que la jurisprudencia en estos casos ofrece muy pocas garantías, porque man la política, de unos o de otros.
Alguien decía está mañana en la radio que lo mejor sería disolver estos órganos y empezar desde cero mediante otras fórmulas, no sé cuáles, pero desligadas totalmente de la política, y si algún miembro de la judicatura, en esos niveles, se significase en el ejercicio de sus funciones, relevo al canto. No va a ocurrir, porque a los partidos políticos les interesa manejar a su antojo las decisiones, sin importar que sean o no las adecuadas.
La contaminación abarca todos los confines: los valles, los collados, las colinas, las cimas...
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