IGUAL que no puede decirse que la mayoría de los políticos son deshonestos, porque no sería verdad, tampoco todos son hipócritas, pero es una cualidad que abunda entre los que buscan la mejor manera de medrar en el oficio, como parece ser el caso de la arribista Rosa Aguilar, que dejó tirados a quienes le votaron para la alcaldía de Córdoba y se pasó al mejor postor. Puede que se entienda desde su punto de vista humano, pero no del ético ni del estético. Y peor se entiende aún que se horrorice ahora de haber acusado a Felipe González de tener las manos manchadas con sangre de los GAL, dicho desde su tribuna del Congreso. Se hace la olvidadiza, claro, pero aun así dice que le pedirá disculpas por considerarlo “un daño innecesario”. Estaría mejor que lo hubiese hecho militando en IU, y no como un ejercicio de inoportuno oportunismo para ser recibida por el enemigo. O era hipócrita entonces o lo es ahora, con lo cual lo es de cualquier manera. Triste destino.
(El Progreso, 6/5/09)
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