lunes, 29 de marzo de 2010

HISTORIAS XACOBEAS: Comer en el Camino

La gastronomía del del Camino de Santiago, o de los caminos, porque son varios, es rica y variada, dependiendo de la época y del lugar en el que nos dispongamos a satisfacer los requerimientos de nuestro estómago. Si nos adentramos en Galicia por la ruta francesa, que se inicia en Roncesvalles y culmina ante la tumba del Apóstol, en Compostela, lo primero que encontramos son las ofertas culinarias de O Cebreiro, quizá el más mítico y uno de los principales enclaves del trayecto. Como se aprecia en la fotografía, en este restaurante situado en una de sus callejuelas, no faltan ni el caldo gallego, que se agradece para reparar el estómago y el pulpo con cachelos (patatas), es decir, el pulpo a feira, una de las viandas más típicas de la región. No quiere ello decir que el peregrino no pueda satisfacer otros deseos, porque, ya digo, la cocina suele ser rica y variada y no excesivamente cara, aunque al ser Año Santo, los precios pueden resentirse.
De cualquier forma, los menús actuales se parecen poco a los que conformaban la oferta en los siglos anteriores, en los que para poder atender las necesidades básicas se había configurado una gastronomía de carácter muy popular. Los peregrinos se alimentaban básicamente de pan y vino, pues como bien dice el refrán, con pan y vino se anda el camino, y ninguno de los dos eran entonces exquisiteces: el pan se obtenía mezclando cereales, como mijo y avena y se cocía con agua o leche y sal. En algunos casos, también se consumían despojos  del cerdo, tales como hígados, orejas, patas y tripas, nada de jamón ni otras partes más nobles del animal. De ello surgiría la costumbre de preparar suculentas morcillas, así como castañas acompañadas de sangre del puerco. En determinados casos tampoco faltaban los cocidos, tan habituales en la Edad Media, ya que surgieron de  la necesidad de ablandar en una olla la correosa carne de los viejos animales sacrificados.


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