QUE CADA cual haga el ridículo a su manera carece de trascendencia si la extravagancia no salpica al prójimo, pero si la bufonada supone meter mano en la caja común acaba siendo una ofensa. Que haya que pagar con fondos públicos para traducir al señor Montilla en el idioma que peor habla (casi siempre a golpe de chuleta) es mofarse de los ciudadanos, de todos los que sufren las consecuencias de recortes, tijeretazos y zapatazos para que el sistema se mantenga a flote. Al Senado, con el respeto que merece una cámara de representación popular, habrá que denominarlo babelia, en lo que acaba de convertirse para satisfacer el capricho de unos señores que al levantarse del escaño se entienden muy bien en un idioma común; es más, habrá casos en los que incluso desprecian el que simulan defender vía pinganillo. Que la pantomima cueste 6.500 euros por sesión representa mucho más que la factura en sí, porque además de pisotear el sentido común es un agravio chulesco, innecesario y nada práctico.
(El Progreso, 26/5/10)
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