Sin otro dato que lo publicado, parece exagerado que un fiscal de Girona pida siete años y medio de cárcel para la estudiante de música que convirtió su vivienda en una sala de conciertos, aporreando el piano cinco días a la semana, mañana y tarde, pero también habría que preguntárselo a la vecina que la llevó a los tribunales para que cesase con sus obstinadas armonías. Puede que la señora sufra melofobia (miedo a la música) o que esté hasta la coronilla de la insistencia melódica, sin más. La pianista tiene su derecho a ensayar, y la vecina el propio a no ser molestada, que aplicando el sentido común debe prevalecer sobre el libertinaje cadencioso de la virtuosa. Es posible, ya digo, que la petición del fiscal sea desproporcionada, porque en otros casos habría que llevar a los imputados al patíbulo, pero también es verdad que en este país tan especialmente ruidoso, el mugidor se pasa por el arco del triunfo todas las normas habidas y por haber, sabedor de la impunidad consentida. Y si alguno se atreve a importunarle, tararí que vi. Ya era hora.
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