Si para unos es irrenunciable convocar la huelga general el 29-M, para otros es un episodio impertinente con tintes partidistas. División de opiniones, y si la hay en los toros, por qué no en el coso laboral. Es bueno y saludable que todos tengan opción de defender sus opciones y teorías. Es la democracia. De cualquier manera es curioso que las centrales sindicales, que con su apoyo a la política laboral del anterior Gobierno contribuyeron a sumar millones de parados, se opongan ahora radicalmente a medidas, más o menos acertadas (está por ver), tendentes, se supone, a corregir los descalabros. El papel de los sindicatos es defender a la clase trabajadora, pero también, y de ello se olvidan, a quienes se desgañitan por trabajar, e ignorarlo podría sumar quebrantos a su progresiva decadencia. Ahora bien, tanto como la reforma laboral urge plantearse un reciclaje sindical serio. Es hora, por ejemplo, de limitar las contribuciones estatales que perciben por conceptos casi nunca explicados, como lo exige el dinero público. Y si apretamos el cinturón que sea para todos.
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