Conocida es la tendencia de los políticos a exagerar (o provocar) nimiedades, propias y ajenas, con tal de distraer la atención de cosas trascendentes. Mientras se divaga sobre naderías no se abordan cuestiones serias o comprometedoras. Ocurre ahora y, por lo visto, sucedió siempre, incluso durante los avatares de la Grecia clásica. Quinientos años antes de Cristo, el general Alcibíades, nieto de Pericles y considerado un gran estadista y orador, tenía más enemigos que amigos, y cualquier cosa que hiciese era reprobada por los primeros, como cuando decidió cortar el rabo a su perro. Fue también sermoneado por sus colaboradores, más que nada porque el disparate proporcionaba munición a los adversarios para arreciar las arremetidas. "Es lo que pretendo -les tranquilizó. Mientras se entretengan con el rabo del perro me dejarán en paz y no harán averiguaciones sobre otras cosas mías". Trasladen la época y la intención y verán que poco o nada cambió desde entonces. Ni cambiará.
Cristóbal Montoro se da de baja del PP tras su imputación por cambiar leyes
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