Cierto es que el soplón, en términos generales, goza de mala reputación. No tiene el aprecio de quienes le rodean, más bien el desprecio. Pero chivatos los hubo siempre y los seguirá habiendo, y más si se les alienta como hace o va a hacer el Gobierno desde el ministerio de Empleo, animando a que los particulares denuncien situaciones de fraude laboral, quizá para tapar sus carencias. Una vez que el acusica delate, los inspectores tomarán el relevo para investigar el canutazo. No es que sea malo perseguir el fraude, laboral y de cualquier otro tipo, pero por cauces y conductas éticas, ejercidas por profesionales, que para eso están y se les paga. Que el ciudadano denuncie no siempre quiere decir que lo haga con fines solidarios, por beneficiar a la colectividad, sino que asomarán motivaciones de venganzas individuales, de rencores particulares, de envidias y desencuentros vecinales…, sin otro fin que el de saldar cuentas y espiar odios. Puede que incluso tenga éxito. También lo tuvo en tiempos pasados, de infeliz recuerdo.
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