Siempre fue un político atípico, pero con la sensación de hombre honesto.
Gerardo Iglesias salió de la mina y volvió al tajo del carbón, como picador, tras
ejercer como secretario general del Partido Comunista, relevando a Carrillo y
cediendo el testigo a Anguita. Fue también destacado dirigente sindical de
CC.OO. Está retirado de la vida la política y de la vida pública, pero hizo una
fugaz aparición en un programa televisivo, donde constató que lo había pasado
muy mal tras cesar en su cargo. Por un deficitario promedio de producción,
debido a su paréntesis laboral, su jornal era inferior al de la mayoría de sus
compañeros de galería, y dio a entender que ahora mismo no nada en la
abundancia, pues tampoco percibe ningún subsidio derivado de la política, de la
que, jura, nunca se aprovechó. Y no deja de ser curioso: confiesa que suelen sermonearle
por 'tonto', por no haber sabido aprovecharse de su posición privilegiada, como
suele ser lo habitual, lo cual solo evidencia que la corrupción adquirió carta
de naturaleza entre la ciudadanía, que acaba considerándola como una mala práctica
consentida.

Cierto que Íñigo Errejón, secretario de Política de Podemos rechaza
la acusación de haberse lucrado como investigador de la universidad de Málaga
", cobrando 1.850 euros por un trabajo al que apenas se dedica". Está
en su derecho y le asiste la presunción de inocencia, como otros, incluso a los
que su formación critica por lo mismo, y quizá con razón. Pero la duda, no
podía ser de otra manera, revolotea sobre el corrupto firmamento de la
sospecha, más que nada al haber sido contratado por otro dirigente (amiguete) del
incipiente Podemos, lo que recuerda casos similares de otras instituciones o
grupos sellados por el enchufismo. De nada sirve argumentar la consabida matraca
de que se pretende su desprestigio. Puede que también, pero como nos conocemos,
la suspicacia es inevitable. Estamos muy habituados en que se nos diga una cosa
y se haga la otra. Descorazona ver que la desconfianza se apodere nada más
llegar de quienes emergen aparentando regenerar el corrompido sistema, embadurnándose
de los mismos vicios y ninguna virtud. ¿Todos iguales? Más de lo mismo…
A diferencia de determinadas chorraditas que tienen su día,
no es el caso de hoy al celebrarse el día internacional del inventor. ¿Qué
sería de nosotros sin los inventos? ¿Lo pensaron alguna vez? Valoramos, no lo
que se merecen, los grandes hallazgos que cambiaron el mundo: teléfono,
televisión, radio, internet, imprenta, lentes, rueda, avión, ferrocarril,
penicilina…, y otros más muy significativos. Pero nadie se acuerda de los
pequeños inventos que supusieron grandes soluciones a la humanidad. Algunos
quizá sí, pero ¿se sabe quien fue Manuel Jalón Corominas, fallecido no hace
mucho? Un ingeniero aeronáutico, que en 1958 ideó, aparte de las jeringuillas
desechables, la fregona. ¿Concibe alguien un mundo sin fregonas? Pero hubo
otros creadores que permanecen arrinconados en el olvido, que ingeniaron, por
ejemplo, los cepillos de dientes, perchas, fósforos, bolígrafos, inodoros,
paraguas, tenedores… o la propia servilleta, la que por cierto debemos al gran
Leonardo da Vinci, relacionado siempre con logros de mayor relumbrón, pero
posiblemente menos funcionales.