LA CRISIS está haciendo estragos y los más preocupantes son sin duda los que conllevan la destrucción de puestos de trabajos, una sangría diaria que acentúa la desesperación de muchas familias, cuyo futuro es casi siempre desolador. Es evidente que hay empresas que cierran porque no tienen otra salida, pero también lo es que, colocándose la mascara, se aprovechan del caos para soltar lastre. Los casos más sangrantes son, sin duda, aquellos protagonizados por las que recibieron ayudas del erario público, más o menos sustanciosas, para fortalecerse, con el compromiso de aumentar o mantener sus plantillas o mejorar su producción, y que se apuntan a la desbandada antes de cumplir objetivos, con lo cual incurren en un fraude encubierto o en maniobras de dudosa moralidad que exigen, al menos, una explicación, cuando no la devolución del dinero concedido. No son los únicos culpables, también lo son quienes reparten concesiones sin criterio ni condición.
(El Progreso, 16/5/09)
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