A NADIE se le escapa que la docencia es quizá el bocado más codiciado por todos los gobernantes que llegan al poder para reformar o deshacer, por sistema, lo que sus antecesores habían hecho. El caso es darle la vuelta al calcetín, resulte o no. Y no resulta, porque de tantas turbulencias, ya ven, está hecha unos zorros. La nueva Xunta, con el pretexto de la crisis y para economizar, tampoco renuncia a alborotar las aulas, precipitándose a diseñar la reagrupación de alumnos de distinto nivel en ciclos en los que el número sea inferior a veinte, pretensión medio frenada en seco por los sindicatos, al exigir cuando menos una negociación, ahora mismo paralizada. No sé lo que saldrá, pero imponer criterios suele dar malos resultados, y más si se trata de un avispero. Si por ahorrar se desbarajusta aún más lo que ya no está bien, ¡menuda solución!, porque con independencia del complicado organigrama estructural, habrá de aquilatarse, como es de rigor, el pedagógico. ¿O no se tiene cuenta?
(El Progreso, 3/6/09)
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