DEMONIO para unos, ángel para otros, todo menos indiferente, como corresponde a un personaje que se siente cómodo viéndose denostado por unos y ensalzado por otros: aunque sea mal, el caso es que hablen de uno. Pero también refleja el comportamiento de un país de pandereta que reacciona por impulsos partidistas o ideológicos para situar a cada cual donde convenga en cada momento. Al fin y al cabo es un ciudadano que, como otro cualquiera, tiene que someterse a unas reglas. Sus éxitos como juez, en cumplimiento de su deber, o sus fracasos ejercitando el oficio no han de ser una patente de corso para borrar sus pecados o demonizarlo mediante juicios paralelos. Si la intención de unos y otros es condicionar la decisión de los tribunales, los jueces tienen más que nunca el deber de ser independientes y no dejarse influenciar por otras conveniencias y argumentos que no sean los procesales y jurídicos, en vez de ceder ante otros mediáticos, que tampoco sería raro.
(El Progreso, 16/2/10)
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