NO ES NADA nuevo, porque casi todos los políticos saben explotar la habilidad (no rara en ellos) de distorsionar conceptos y divagar sobre lo que se les pregunta, lo cual les permite echar balones fuera, pero pocos tan escurridizos como la vicepresidenta primera del Gobierno en sus comparecencias posteriores a los consejos de ministros. Su discurso está tan cargado de eufemismos, muletillas, frases hechas y recursos retóricos para maquillar sus respuestas, que sí pero no. Se esfuerza en hacer ver que el Gobierno trabaja y cumple la ley, como si no se sobrentendiese y no fuese su obligación primera, cuando no se enreda en desviar la responsabilidad hacia la oposición para enmascarar las carencias del gabinete que representa, queriendo transmitir la responsabilidad de los fracasos a los demás y no a quien gobierna. Desempeñar la portavocía no es fácil, pero no puede ser un foro de vaguedades con el fin de escurrir el bulto sobre problemas que afectan a todos los ciudadanos. Asumir responsabilidades sobre los errores propios, siendo sinceros, también refuerza la credibilidad, que así no transmite.
(El Progreso, 14/2/10)
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