LAS FRONTERAS de Ceuta y Melilla han sido siempre escenario de frecuentes escaramuzas, y lo siguen siendo, pero en ocasiones España se lo tomó más en serio que ahora para defender la soberanía, como por ejemplo en 1859 para contrarrestar los constantes ataques de las tribus bereberes. Entonces el presidente del Gobierno, que era a la sazón Leopoldo O’Donnell, sí se personó allí (no como otros) y nada menos que para ponerse al frente de 38.000 hombres, muchos de ellos voluntarios. La guerra se ganó, pero a muy alto precio y triste balance: siete mil muertos y las arcas del Estado vacías. Nadie se acuerda de ello, aunque sí perdura el lado frívolo y anecdótico de la refriega. Durante la despedida de O’Donnell ante Isabel II, en palacio, la reina dijo al titular del Ejecutivo que “si yo fuese hombre también te acompañaría”. Fue entonces cuando Francisco de Asís, marido y rey consorte, que estaba presente, hizo causa común con la soberana: “Lo mismo digo, O ’Donnell, lo mismo digo”.
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