Pese al derrame de loas sobre Manuel Fraga, incluidas las de sus adversarios, resaltando sus virtudes, por acopio durante su larga vida política, salvo las contadas salvedades en sentido opuesto, uno tiene la sensación de que quizá no se subrayaron lo suficiente la más importantes, su honestidad y su austeridad personal. Con independencia de la ideología, aplaudida por unos y menos por otros, e incluso de su pasado, que acertó a reciclar para contribuir de manera preeminente a encarrilar la democracia, como bien se sabe, nunca se le acusó de aprovecharse de sus cargos para enriquecerse, y ocasiones no debieron de faltarle. Muestras hay de cómo transforma (para mal) el poder a algunos políticos, y aunque quedan, como es natural, de honradez probada, en los últimos años asistimos a un deterioro de la decencia, la moralidad y la integridad, que comportamientos prudentes y rigurosos como el de Manuel Fraga tienden a ser una excepción entre tanto menoscabo. Ojalá sirviera de ejemplo para modificar la tendencia.
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