martes, 8 de abril de 2014

¿Por qué ningún político sigue la vida austera de Mújica, presidente uruguayo?



La propensión de los políticos a oropeles y lucimientos es tan habitual que, generalizando, su apego a la opulencia acabó por pautar la imagen que proyectan. Lo extraño es lo contrario: es más fácil encontrar la aguja en el pajar que un político abstinente. Y eso que alguno hay. José Mújica, presidente de Uruguay, extupamaro, preso desde los 37 a los 50 años, es a los 80 un caso inusual. Vive recatadamente en el campo con su mujer, senadora y también exguerrillera, en una chabola, dicen que de alto 'standing' pero con techo de chapa, sin servicio ni escolta que lo guarde. Va al supermercado a comprar lo que necesita, prepara su comida y barre su chamizo. No habituado, casi sufre un patatús cuando el pasado año, en su visita a España, visitó al Rey en La Zarzuela. Es más, si por razones de Estado ha de acudir a la residencia donde se alojan los jefes de Estado que visitan su país, regalada para uso presidencial, utiliza el cuarto de servicio. Su llaneza no impide que Uruguay sea ejemplo de progreso. Nadie le sigue. ¿Qué esperaban?

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