El puñetazo a Mariano Rajoy evidencia las carencias de la Ley del Menor
Muy
al margen de cuál pueda ser el desenlace del puñetazo a Rajoy, el ataque sirve
para desempolvar las carencias de la Ley del Menor, cuyas exigüidades emergen
cuando pasa lo que pasa. Es sensato que a los menores que delinquen, primero
hay que reeducarlos, corregirlos, pero también aplicar el castigo si los delirios
son desproporcionados. La norma vigente es un salvoconducto para que los
disparates se salden sin apenas consecuencias. Y hay casos de casos. El agresor
del presidente del Gobierno no es ningún pobre niño maleducado, sino un
individuo adulto, de casi 18 años, que actuó con premeditación y alevosía,
espoleado o no por compinches de su cuerda, y la fechoría no puede diluirse
como una rabieta infantil. Pudo haber sido peor, porque en vez del puño tuvo opción
de rebanarle el cuello, y cuando esto ocurre el Estado de Derecho ha de tener
resortes para responder, porque está en juego la seguridad de todos los
ciudadanos de bien. No se trata de guillotinar a nadie, pero podemos imaginar
lo que habría ocurrido si la agresión la recibiese el presidente Obama, por
ejemplo. No se andarían con chiquitas.