El cine, además de ser un bien cultural y de esparcimiento, es también un bien ruinoso. La industria que lo soporta, si las cifras no mienten, se desmorona. Nueve millones menos de espectadores el pasado año con relación al anterior, lo atestiguan, pero me temo que son las salas de proyección las que pagan el grueso de la cacharrería, ya que los productores y directores están amparados por papá Estado y lo notarán menos. Dicen que las subvenciones superaron en 2008 a la recaudación, por lo que se hace necesario revisar las fórmulas de ayuda. Patrocinar bodrios con dinero público no es recibo, y en el cine español se filman muchas películas subsidiadas que luego nadie ve porque no interesan. Por esta regla de tres habría que favorecer otros muchos productos de primera necesidad, pero los gobiernos (todos) buscan rentabilidad untando a un sector tan mediático, bien a través de la cofradía de la ceja o de otros resortes para que salgan al escenario y pidan que se vote a quien les da de comer.
(El Progreso, 14/3/09
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