Regenerar la democracia (buena falta hace) consiste (o consistía) según los
autoproclamados renovadores en enterrar la casta tan fuertemente arraigada en
la clase política dominante. Se supone que no lo han conseguido ni lo
conseguirán, pero su preocupación es ahora otra: generar una nueva caspa, la
suya desde el enchufismo, la que se traduce en 'quítate tú para ponerme yo'. Y
si algo cambia se barrunta que para peor, acumulando privilegios con mayor
voracidad y velocidad si cabe que la de sus predecesores, quizá pensando en que
el tiempo no juega en su favor y hay que atarse los machos. De lo contrario no
se explica esa frenesí dedocrático por cobijar a parientes, camaradas y amigos en
puestos relevantes dentro de su organigrama, sin opciones para nadie más. Es
decir, una democracia enmascarada y escorada hacia sus lucros. ¿Qué lo hacía la
vieja casta? Sí, pero su proclama era barrer el patio, y nunca advirtieron ni
insinuaron que la radicalidad de sus discursos se reconvertiría aplicando el
mismo brebaje corrupto. Es decir, que el cambio no es más que una espejismo desilusionante.
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