Apestado

DE no ser por su innata altanería, Bermejo asumiría su desdicha con la naturalidad del que cae en desgracia, pero preferirá mascar su arrogancia en silencio. De adalid de la progresía se mutó en una especie de apestado (de lujo) para la sociedad, rememorando otros tiempos. Reniegan de él hasta los suyos (¡torero, torero!, un espejismo), como él renegó, dicen, del pasado de su padre, al que el glorioso Movimiento premió con gasolineras por servir a la causa y a cuyo cobijo creció el retoño. Sus colegas, que jamás le apoyaron en sus ambiciones, celebran verlo lejos y sin capacidad para imponer sus inoportunos postulados, con la salvedad (¿o tampoco?) de su amigo Garzón. Podría perderse un mal ministro y ganarse un buen cazador, pero el tiro también le salió por la culata, chamuscando su chulería. Un furtivo no tiene espacio entre quienes viven la cinegética desde la legalidad. Puede que no sea un personaje tan desastrado como lo pintan, pero las apariencias no le eximen.

(El Progreso, 26/2/09)