Tabaco sí, tabaco no. Cada cual habla de la anunciada prohibición total según más le conviene, sin pensar casi nunca en las consecuencias que puede acarrear para quienes viven en el entorno, ignorándolos. Pero lo cierto es que el tabaquismo mata, como lo advierten los propios paquetes de cigarrillos, y por eso no se entiende que los gobiernos, en este caso el de España, dé largas al asunto en vez de aplicar las medidas ya, sin atender las consideraciones de quienes se resisten a admitir la realidad. Cada cual, como es natural, tiene derecho a elegir cómo quiere morir, llegado el caso, pero no a decidir cómo han de morir sus semejantes. No cabe, pues, esgrimir un derecho a la libertad, porque los que rechazan el tabaco tienen también su derecho a no tragar el humo indeseado. Claro que en todo esto chirría el cinismo del Estado al prohibir con una mano lo que autoriza con otra, con tal de no perder la recaudación que generan los impuestos. O subvencionar las plantaciones de tabaco, como es el caso de la Comunidad Europea.
Sin embargo lo más lamentable de todo es el tabaco es responsable de mil muertes al año en España entre los trabajadores de hostelería, sector que se muestra como uno de los más reacios a la prohibición en sus locales. Son, claro está, los empresarios, porque las víctimas acaban siéndolo los trabajadores que han de asumir el riesgo de fumadores pasivos si quieren mantener su empleo, y tal como está la situación no es fácil que un padre o madre de familia renuncie así como así, aun a sabiendas de que el peligro le acecha. Son datos que ha facilitado el Comité Nacional para la Prevención del Tabaquismo, que ha desarrollado su investigación durante 18 meses en ciento once locales de hostelería de Zaragoza.
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