QUE uno sepa, hasta el momento los únicos afectados que no han protestado por la aplicación de la ley antitabaco son los fabricantes de ceniceros, cuyo negocio debe estar en los últimos jadeos. Salvo los que se utilizan en cotos privados, como pueden ser los domicilios, ya carecen de uso. Pero como suele pasar, siempre hay alguien que aprovecha la circunstancia para sacar tajada, y uno de ellos es un catalán (¡qué otro podía ser!), Josep Rifá, de Manlleu, que en su fábrica de jaulas para conejos también manufactura ceniceros especiales destinados al exterior de bares, restaurantes y lugares públicos, donde los clientes que salgan a fumar podrán (¿o es mucho pedir?) depositar sus colillas, en vez de dejarlas en la acera, como es habitual. Conviene que lo sepan los dueños de establecimientos hosteleros e incluso en centros oficiales y otros lugares públicos, donde la cantidad de colillas acumuladas en algunas zonas del exterior amenaza con ser tan o más nocivo y repulsivo que el humo. Una asquerosidad que convendría evitar. Hagan algo, porque de lo contrario será peor el remedio que la enfermedad.
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