Todos los esfuerzos por proteger la enseñanza pública siempre serán pocos, y con los tijeretazos a que la someten unos y otros, más todavía. No se pueden justificar recortes en un bien tan esencial, tan vital para alcanzar otros. La situación exige contundencia, rectitud y veracidad en las conductas. No sirve el cinismo como arma reivindicativa para corregir iniquidades, porque se pierde credibilidad, la que tanto se precisa para corregir despropósitos y restablecer corduras. Un líder ugetista del sector de la enseñanza, de Madrid, el principal abanderado en defensa de la enseñanza pública, no predica precisamente con el ejemplo: sus hijos están matriculados en colegios privados de élite. Es decir, pide para los demás lo que él rechaza. Tiene derecho a que sus vástagos se instruyan cómo le pete y parezca, pero la incoherencia está reñida con lo que su cargo exige para que no se le reproche la actitud discordante que tanto perjudica al colectivo que representa. No es el único caso, pero en un sindicalista adquiere un especial relieve. De nula ejemplaridad.
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