.
Los fondos de la Oficina de Objetos Perdidos de París dan para llenar un museo.
Todas las ciudades tienen Oficinas de Objetos Perdidos. Son esos lugares que nadie sabe donde están; en sí mismos, están igual de perdidos que los objetos que guardan. ¿Quién no ha perdido un paraguas?, ¿quién no se ha encontrado un paraguas perdido?, es algo normal, pero ¿quién ha ido a una Oficina de Objetos Perdidos a buscar o a depositar un paraguas perdido?, es algo menos normal.Yo soy tan despistada que podría perder hasta la cabeza, y no es raro, porque en el museo del que os hablo, tambien hay cabezas. Ya sea por prisa, por despiste, porque estás de paso, porqué ni te has dado cuenta de que te falta algo, porque no sabes dónde buscarlo… al final, los objetos perdidos se quedan durante años y años en los estantes de las oficinas. Todos tienen una vida, todos cuentan una historia, y buscando buscando, puedes encontrar hasta tesoros. Y cuando juntas tantos, ¿por qué no poner un museo al despiste humano, que no tiene límites ni fronteras?.
En el Micromusée du Service des Objets Trouvés de la Préfecture de Police du París, o museo de objetos encontrados, puedes encontrar desde un biberón hasta una pierna ortopédica. La gente es muy distraída.
El proyecto es mostrar al público los objetos que llevan más de dos siglos sin ser reclamados. Podemos asegurar que sus dueños ya habrán muertos y otros serán muy ancianos, pero estas partes de la vida cotidiana, que ya nadie va a reclamar, que ahora se amontonan en estantes en los almacenes, pronto lucirán en vitrinas con acceso al público. Para curiosos, amantes de las antigüedades y para que nos sorprendamos de hasta dónde puede llegar el despiste y la indiferencia humanas.
El Servicio de Objetos Encontrados se creó en 1804, según iban llegando unos, los más viejos se guardaban en almacenes más alejados. Tan lejanos ahora en el tiempo, que ya no tienen dueño, pero podrían contar muchas historias, protegidos en este lugar del paso del tiempo, la destrucción o la venta.
Aquí podemos encontrar objetos normales que cualquiera puede perder, un caballito de juguete de plástico, una pipa, una plancha, un estetoscopio, unos patines de hielo, un billete de 50 euros (la curiosidad está no en quién lo perdió, sino en quién lo entregó), una vaquita de juguete, hojas de cannabis resecas, una cámara de fotos, una tetera…
Hasta objetos un poco más peculiares y difíciles de perder, como una silla de ruedas, la chaqueta de un oficial que debía llevar puesta en el desfile de 4 de Julio de 2004, un documento militar de 1925 acompañado de su medalla de la Legión de Honor, el retrato de un marinero con una frase de amor para su amada, una prótesis articulada de la pierna derecha modelada en plástico, un catálogo original de la Exposición Universal de 1889, una dentadura postiza, un mocasín huérfano…
Un permiso de conducir alemán, varios cráneos humanos, huesos humanos, la maqueta de una goleta, una placa conmemorativa en mármol, un vestido de novia, una muñeca hinchable con su nombre escrito, Bárbara…
Una serie de cascos militares, la bolsa de un ladrón con un doble fondo especialmente equipado por un dispositivo (una banda adhesiva) para neutralizar los códigos de barras, una urna funeraria con su contenido, una plancha tan antigua que se considera metal pesado, un saxofón, un boletín escolar de un mal estudiante con sus notas (oportunamente olvidado), un pasaporte bretón…
Un sable de la yakuza, un certificado de buena conducta del coronel François, del 146 Regimiento de Infantería, de 1935, una cabeza de obús, una langosta gigante disecada, un lagarto disecado, un hervidor de principios de siglo (XX)…
Fotografías con sus autógrafos de famosos, un cuchillo de defensa de un policía neoyorkino. Y la estrella del museo; tres fragmentos de piedra de las Torres Gemelas conservadas en una bolsita de seda roja.
Está claro que por olvido, intencionadamente o por distracción, no sabemos dónde tenemos la cabeza, pero sí dónde encontrarla.
.
1 comentario:
Hay gente que pierde cada cosa...
Un saludo
Publicar un comentario