Aún quedan
políticos negados para lucir humildad y cercanía entre la plebe, que les eligió
y les paga, vicio sin duda sellado a fuego por arraigadas conductas arrogantes
y prepotentes, cuando lo establecido era marcar diferencias en uso de
anacrónicas atribuciones. Pero los tiempos son otros y el vulgo cada vez
soporta peor gestos altivos y actitudes petulantes e insolentes, y aun así los hay que
se resisten al reciclaje. Eso explica, según cuenta una periodista que dice
haberlo presenciado, como la terraza de un céntrico establecimiento de Madrid
fue literalmente desalojada por los escoltas de un ministro, para más señas con
aparente pinta de campechanote, porque su excelencia quería tomar el café
tranquilo, sin moscones en el entorno. Quienes estaban en legítimo uso y
disfrute de silla y mesa abandonaron sin rechistar la plaza por sugerencia (?)
de una nube de escoltas con cara de póker, negados a pedir las cosas por favor.
Claro que tan culpables son los bravucones como quienes se plegaron al antojo
del grosero e ilustre cliente y sus lacayos. Sobre todo en estos casos hay que darse a respetar y hacer valer los derechos de cada cual.
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