Los políticos, como cualquier hijo de madre, tienen derecho a sus caprichos y obsesiones, pero como suelen ser a costa del dinero ajeno, deben vetárseles por decreto. Ignoro si los retratos con los que intentan glorificar su pasado están contemplados o no en esa ley de transparencia que se tramita; si no es así, convendría que lo estuviese. En cualquier caso, lo primera que debería hacer José Bono para dar ejemplo y sentar precedente es renunciar a su efigie, facturada en 80.000 euros. No es la Cámara Baja la única pinacoteca con los fetiches de quienes lo presidieron, porque las galerías se prolongan por el Senado, ministerios y otros foros de menor rango. Dirán los menos exigentes que no por ello vamos a ser más pobres ni más ricos, pero ese afán enfermizo de la clase política en perpetuarse cabrea e irrita mucho al personal y con razón. ¿Cómo se puede gastar en estampitas lo que se necesita para pan? Van que chutan con un 'cromo' enmarcado; eso sí, asequibles, más que la foto que Cristina García Rodero apuntó a Manuel Marín por 24.780 euros.
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