SON LOS propios políticos quienes cuestionan la eficacia del Senado tal y como está planteado; la mayoría de los ciudadanos también, y muchos de ellos creen que no sirve para casi nada como no sea para sumar gastos. Por eso, además de una provocación, corriendo los tiempos que corren, parece una burla que la Cámara alta vaya a gastar en el próximo año 17 veces más que en al actual en traducir el catalán, euskera, gallego o valenciano, es decir, 350.000 euros en un invento que tiene más de juego de críos que de instrumento para facilitar el entendimiento entre los señores senadores, salvo a cuatro fanáticos amantes del embrollo. Todos entienden el castellano, y la mayoría jurará en arameo cuando les enchufen el pinganillo. Dirán los defensores del invento que al fin y al cabo el gasto no es más que el chocolate del loro, pero explíquenselo a los acorralados por la hambruna. Es otro peaje del Gobierno a los nacionalistas, pero cuando no hay para pan y se compran estampitas, pocas bromas, oiga.
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