Un placer, amigos

Es un honor para mi el que visites mi página y espero que descubras algo que pueda interesarte. Además de reproducir los breves artículos de opinión que en días alternos publico en el diario El Progreso de Lugo, sobre variados temas del día a día, también procuro insertar pinceladas de actualidad, de contenido histórico (no al uso) o costumbrista para hacer más amenos los textos, viajes..., aparte de incluir algunos enlaces que pueden ser útiles en determinados momentos. También os invito a seguirme. Un saludo cordial desde la romana y amurallada ciudad de Lugo, la Lucus Augusti, en España.

viernes, 7 de enero de 2011

El fenómeno Belén Esteban, para bien y para mal

Para bien o para mal, Belén Esteban es un fenómeno sociológico, surgido de la telebasura, que enfrenta opiniones. Incita más al insulto que al elogio, pero eso pasa también con otros personajes públicos. Me ahorro el comentario sobre este artículo que publica en El Manifiesto José Vicente Pascual, en el que tampoco salen bien parada la intelectualidad que reprueba la trayectoria de la llamada Princesa del Pueblo, partiendo de la portada y el reportaje que le concedió el dominal de El País. Pos su interés lo reproduzco y que cada cual se forme su opinión.
Y los "intelectuales" progres se enfadan. ¿De qué?…

La hortera primera del país sale en "El País"








José Vicente Pascual

7 de enero de 2011

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JOSÉ VICENTE PASCUAL


Hola, petarda:
Espero que estés pasando unas navidades estupendas en tu chalete de Paracuellos, en compañía de tus seres queridos y disfrutando del cariño de esa hija tuya, tan tuyísima, habida en estruendosa coyunda con Torerín de Ubrique y por la que sabemos que matas, llegado el caso. Como también sé (hasta ahí llego), que tienes algunos problemillas de salud, por lo del azúcar y tal, no hace falta que te recomiende frugalidad con los polvorones, las mantecadas, turrones y demás dulzainas propias de estas fechas. Anda sin embargo con tiento a la hora de embutirte los bocatas de chopped, las latas de foie grás y los canapés de salmón Hacendado, que a lo tonto se cogen unos kilitos muy difíciles de quitar, ya sabes: medio minuto en el paladar y toda la vida en las lorzas; y la gordura, se diga lo que se diga, da fatal en televisión. O sea, que excesos los justos, primor de San Blas.
Pero bueno, dejemos los consejos dietéticos (para ilustrarte sobre salud y estilo de vida, flores, modas, trapitos y pompas ya tienes un montón de mariconas en Tele 5 que saben cantidad de estos asuntos), y vayamos a los mollares de la cuestión.
No sé si te has enterado (imagino que no, porque habitas en la burbuja Vasile, donde lo que no son coños y pollas son culos y pollas, y lo demás no interesa), de que la intelectualidad está como ofendida, apesadumbrada, estupefacta y al borde de un ataque de nervios debido a tu aparición en la portada de EPS, hasta la fecha publicación emblemática, santo y seña y órgano de expresión oficial de esa izquierda divina de morirse que tiene bien amarradito el negocio cultural (las cosas por su nombre) en España. EPS era para ellos, a ver si me explico, como el Mundo Obrero pero sin olor a sobaquina, como la legendaria Cuadernos para el diálogo pero sin la incómoda solemnidad de conciencia histórica que caracterizaba a aquella revista,  como El viejo topo pero sin pretensiones de profundidad y rigor teórico; o sea, un Mundo Obrero charmante y exclusivo para las fuerzas de la cultura, un Cuadernos para el diálogo divertido y decentemente frivolizado, un Viejo Topo con el esmero ideológico de Hola, más o menos. Ay, mi reina... ¿qué sucede? ¿No te enteras? Pues te lo resumo en dos frases. Que sí, hija, como lo oyes: que los intelectuales se han cabreado lo más grande al ver tu rostro ojeroso en la mismísima portada de su revista de cabecera. Puede que ya un poco quemados por la reciente desaparición del canal de noticias CNN+, la fusión de Cuatro con Tele 5, la irrupción de los chicos de Berlusconi hasta la cocina de PRISA, se rasgaran las vestiduras tras escalofriante alarido, “¡¡Hasta dónde vamos a llegar!!”, cuando se dieron cuenta de que ni siquiera su bendito suplemento semanal, su dominio indiscutido, su cortijo para progres de buen criterio, estaba a salvo de la invasión de la zafiedad, la redomada incultura, la alegría del encefalograma plano y, en general, la brutalidad espiritual que tú representas (tú y quienes te promocionan, ríen tus gracias y se encandilan ante el televisor mientras vas soltando cultivadísimas perlas sapienciales). Pero claro, como tú, musa del neorrealismo urbano, no tienes la culpa de nada de eso, pues seguramente pensarás que los mencionados intelectuales exageran, son injustos, te tratan con mezquina displicencia y, lo más seguro, te tienen envidia porque ganas mucha más pasta que ellos, tienes muchísima más audiencia, la gente te quiere infinitamente más y, si hay ocasión, impunemente te cagas en el diccionario de la lengua y te limpias el culo con las obras completas de Jaime Gil de Biedma, recibiendo de inmediato el general aplauso de tus incondicionales, que son más de mil. En todo eso puede que estés pensando, y aciertas. También puede que pienses (con perdón por el abuso del verbo pensar), en quién carajo era Gil de Biedma; mas no te apures por el nuevo espacio en blanco que asoma en tu mente: Gil de Biedma era un señor muy aficionado al turismo exótico cuyas aventuras ni te van ni te vienen. Tranquila, chati.
Para que veas cómo son esos mendas, los intelectuales que tanto te aborrecen, voy a contarte una anécdota ocurrida hace años. Seguramente recordarás a la otrora famosa Tamara Seisdedos, la espantosa cantante (por decir algo), que hizo celebérrimo el no menos espantoso tema musical No cambié. Por aquellas fechas, el anfetamínico Javier Sardá y sus colaboradores en Crónicas Marcianas (unas de las letrinas nocturnas más importantes que ha instalado Tele 5), organizaron una inmensa rechufla nacional a costa de la infeliz aspirante a diva, carcajeándose de ella delante de sus narices, sin que la menguadita artista (por decir algo) se oliese el cachondeo y el vacilón que le habían montado. Resultó que el también muy popular Joaquín Sabina, hombre de izquierdas, concienciado, solidario y generoso como debe ser, salió en defensa de la agraviada con unas declaraciones muy rotundas: “Me parece impresentable lo que está haciendo Sardá, no me gustan los señoritos que se ríen de las catetas”. Y ya de paso, arremetió vehementemente contra la tele-basura, poniendo a bajar de un burro a Crónicas Marcianas. Sardá, que buena persona no es, pero más inteligente que Sabina... de aquí a Ponferrada, tomó nota del agravio. Y la venganza fue exquisita. Un par de meses después, Sabina sacaba nuevo disco y, como es natural, tocaba promocionarlo. ¿Sabes a qué programa de TV acudió, el lomo bien doblado, la sonrisa puesta, las palmaditas y los abrazos delante de todos los focos? Vuelves a acertar, prenda, hoy estás que te sales: ¡A Crónicas Marcianas! De cómo Sardá disfrutó aquellos momentos de gloria caníbal es algo que sabrán su ego y las humedades de sus calzoncillos, si es que los usa. ¿Y qué enseñanza sacamos de este recordatorio? Déjame que te lo explique, flor de loto, que tus neuronas no están para mucha gimnasia. Deducimos, pues, que estos intelectuales de la izquierda megaguay son tan pesebreros y apegados al dólar como cualquiera (me refiero a cualquiera que no sea ni intelectual, ni de izquierdas ni glamouroso sin pecado como ellos). Sus principios, sus magnas declaraciones de progresismo, su indómito carácter insumiso ante la injusticia y la desigualdad, terminan donde empieza el número de su cuenta corriente, ni más ni menos. Como todos. Como tú, mi reina de África, porque se te parecen como el as de oros a un huevo frito (espero que entiendas el símil).
“Ah, ¿entonces me parezco a ellos?”, puede que te susurre el yo consciente (presupongo que lo tienes), con el mismo impetuoso entusiasmo con que Monsieur Juordain, el burgués gentilhombre de Moliere, descubrió que durante toda su vida había hablado en prosa, nada menos. Tracas y pífanos antes del punto y aparte.
Sí, mora de la morería. Te pareces a ellos. Eres como ellos. En realidad, tú y ellos os dedicáis al mismo negocio, solo que en departamentos distintos. Por así expresarlo, ellos (los que ahora te odian un poco más por haber sido portada de su EPS), están en la sección de lencería fina; y tú, Fortunata sin Galdós que te quiera, en la de retales y saldos. Pero, en esencia, se trata del mismo corteinglés. ¿Por qué crees que les molesta tanto ver tus respetables facciones en el colorín de EPS? ¿Por ser más garrida o haberte gastado en arreglarte la ñata lo que ellos no pueden? No, querida. Les jode porque te estás metiendo en su terreno, y lo que hoy es una portada mañana será una laaaaarga entrevista, y pasado... quién sabe. Oye, igual me ganas el Planeta y dejas sin los muchos ceros a la derecha a algún intelectual fino que lleve décadas atizándole al negro para que su noche mágica en Barcelona resulte incuestionable.
Potencialmente, eres un peligro: amenazas su monopolio en la cultura de la ñoñería y en la intriga inherente al género de bragueta. Tal cual, Tristanita. Ellos, nuestros progres en nómina, llevan décadas y en verdad muchísimo tiempo generando una épica gazmoña, rendida al gusto suavón de la pequeña burguesía urbana medianamente instruida, la cultura de fin de semana, el valor de las vacaciones de verano y el pánico a los lunes, la odisea del metro y el heroísmo del amor en una céntrica cafetería, una tarde lluviosa. Todas esas gilipolleces encandilan a su fiel público, y ellos, en masturbatoria compensación, les devuelven una olímpica imagen de su ejemplaridad cívica, ensalzada por la poesía, las canciones, la narrativa y la filosofía de las cajas de ahorros; un arte consciente de su melindrosidad pero anclado sin compasión al concepto de lo útil: si le gusta a nuestros lectores, a la gente que llena nuestros conciertos y acude al estreno de nuestras películas... allá penas: si al vulgo le gusta montar en taxi, ¿para qué quieren un billete en el mismo carruaje donde viajan el sochantre y sus compañeros de ausencia, por las tierras de Bretaña, tan “viciosas de caminos” como las señalase el maestro de Mondoñedo? (Esto último seguro que tampoco lo has entendido, pero descuida que no te hace ninguna falta coscarte de la cabriola). Y al final, como ves, todo se reduce a la historia de siempre: tú y tus colegas deSálvame peroráis hasta desgañitaros sobre parejas que se meten cuernos, sobre adulterios y canas al aire, bodorrios y divorcios, hijos legítimos que arremeten contra sus padres famosos y madres ilegítimas que denuncian haber sido maltratadas por quien antes de partirles la boca las abrió de piernas, etc. Toda esa mierda. Ellos, nuestros intelectuales de la izquierda vestida informal para el fin de semana en la urba campestre, no han dejado de insistir y de solazarse en el mismo coñazo desde que Marsé, con sus Últimas tardes con Teresa, pusiera magistral punto finito al gran arte de la novela en España. Desde esas épocas, cualquier historia que no pertenezca estrictamente al género de “chico encuentra chica y todo acaba como el culo”, lo lleva cuesta abajo. Al personal, todo clarito, sencillito y desmenuzadito, fácil de tragar y digerir como la sopa de sobre. Y que se vean reconocidos, "identificados" con los sinsabores existenciales de cada personaje (puerilidad obliga). Y si hay por medio un homosexual incomprendido y/o una mujer maltratada, mejor que mejor. La vida es dura y hay que ser valiente al mostrar lo más áspero de los tiempos, aunque sea con más morro que una ristra de negros cantando el Only You.
(Minutos de publicidad. Pueden enviar un sms con los textos: cabrón + machista, cabrón + homófobo, cabrón + racista. Sorteamos un viaje a Navaluenga, fin de semana con todos los gastos pagados excepto el desplazamiento, la estancia y la manutención. Fin de la publi.)
De tal modo, los lectores que sufrimos a este gremio (permíteme, princesa, que me identifique ante todo como lector), estamos hasta el trigémino de que nos cuenten lo mucho y ardientemente que se enamoran, lo mal que les va en sus matrimonios, lo duro que es divorciarse, lo penoso que resulta exiliarse a una universidad californiana para superar el trauma de unos cuernos puestos a tiempo, lo excitante de conocer a una joven becaria que amaga amoríos con el veterano viajero, oh témpora, oh mores,  duros años de lucha contra el franquismo los de nuestra juventud ya perdida, qué bien cantaba Bob Dylan, qué buena estaba la parisina aquella que conocí el verano del 76, y... en fin, me repito: lo mismito que hacéis en la telebasura aunque, claro está, con un toque de distinción. Nuestros intelectuales orgánicos y nuestros artistas en general son al hecho creativo lo mismo que Arguiñano a la gastronomía: no importa cómo esté hecho y cómo sepa el guiso, sino quién ponga el perejil. Con la diferencia de que Arguiñano sabe guisar.
Así y de tal modo, a estas alturas, se quejan de que el submundo rosa-tirando-a-caquimerdi les coma parte del pastel. ¿Qué esperaban? Después de toda una vida cultivando y generando implacablemente el gusto por lo hortera, ¿no pretenderán que la gente (su gente), permanezca impávida ante la seducción de emociones mucho más intensas? Porque no nos engañemos: donde esté la arriesgada vida sexual de un torero, o de una marquesona, que se quiten las pamplinas y cursilerías sentimentales de un profesor de instituto. Y así les va. De momento se les han esfumado CNN+ y Cuatro; dentro de poco, a El País no lo reconocerá ni la madre que lo parió. Horrorícense: en breve tiempo, el único espacio progre-progre que les quedará como desesperada tabla de salvación será La Noria, con sus oráculos sagrados: María Antonia Iglesias y Eric Sopena, esas venerables momias que, cual antiguos prebostes de la nomenklatura soviética, gozan de exquisita presunción de inmortalidad.
Sí, princesa del pópolo: estás en alza. Estáis en alza. Cuando os llegue el triunfo definitivo, espero de vosotros, de ti especialmente, un rasgo de obligatoria generosidad: agradecer a los intelectuales de la izquierda española de hoy (con perdón por el gentilicio), lo mucho que hicieron por vosotros en el pasado. Tened compasión de ellos. Respetad su melancolía y, acaso, vibrad con ellos de emoción, Belencita de mi alma, como cuando se asoman a tu espejo y descubren, atónitos, que te les pareces tanto porque, en el fondo, eres su hija.
Como también eres bien nacida, seguro que les sales, amén de idéntica, agradecida.

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