SI POR UN casual usted prefiere ser masoca que hincha del Madrid o del Barça, y si al levantarse no está motivado para empezar el día de mala leche y deprimido, no desespere: sintonice y escuche cualquier tertulia radiofónica. Sociata, pepero o nada, no importa, hay para escoger, y verá como en menos de media hora está como una moto, en condiciones de morder al primero que le interrumpa. Las buenas noticias se venden mal, y de eso saben quienes montan cada día los variados saraos catastrofistas. No ignoramos que la cosa está mal, pero, oiga, ¿tan mal como nos la pintan quienes escupen los análisis del paro, la banca, la crisis o la biblia en verso…? Sin el menor atisbo de euforia, quiero pensar que no, porque si se cumplen las previsiones de algunos cenizos (con perdón) que pululan por las ondas, el hundimiento del Titanic no habrá sido más que un inofensivo ensayo de lo que puede depararnos la vida. No está, ya digo, el horno para bollos, pero si encima avivamos el fuego, la hecatombe llegará.
Lo que pasa es que cada cada cadena ha de cumplir unos objetivos de acuerdo con sus intereses económicos y, por ende, políticos, y los tetulianos se doblegan, pues saben que en caso contrario no tendrían sitio. Por eso quienes hoy dicen una cosa en una emisora, mañana dirán en otra todo lo contrario. La honestidad y la ética quedan a un lado, por mucho que algunos de ellos presuman de ser éticos y honestos.
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