Como el pastel es el que es, parece necesario repartirlo para, al menos, compartir las migajas, pero resulta que hasta ahora solo se cercenaron derechos y salarios a la plebe y no privilegios a la clase política. Sigue con sus coches oficiales, cuando en otros países ya fueron suprimidos para uso individual; con sus dietas, retribuciones desproporcionadas y con todas sus prebendas. Lo increíble es que la (supuesta) izquierda, que debiera dar ejemplo de austeridad y generosidad, es la más renuente a desprenderse de regalías. Es la que se resiste a que, por ejemplo, el Parlamento gallego reduzca, aunque solo sea en catorce, su número de diputados (¿por qué no, además, el sueldo?), al considerarlo antidemocrático, como si no existiese la proporcionalidad estadística; o la que se opone a la fusión y reducción de municipios, porque quedan menos cargos para repartir, y eso es lo único que preocupa. Debieran, ya digo, ser los primeros en dar ejemplo desterrando derroches y, como se ve, son adalides en su defensa para que todo siga igual. ¡Qué pena!
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