Los intermitentes debates sobre la conveniencia o no de que Galicia cuente con un gran aeropuerto o con los tres actuales, por razones más económicas que operativas, carecen de sentido si lo comparamos con lo que se cuece por ahí fuera. Confronten sino el gran derroche que supone mantener diez aeropuertos españoles, ocho del Estado, uno autonómico y otro privado, con más empleados que viajeros y alguno de ellos con un único servicio a la semana. El de Huesca, por ejemplo, registra una media de 0,55 viajeros por vuelo y el que más no pasa de veinticuatro. Una ruina que pagamos todos; es difícil aplicar la premisa de que un servicio público no tiene por qué ser rentable, dado que en casi todos estos casos priman más razones políticas y de oportunismo personal que cualquier otra. Así se entiende que Aena arrastre una deuda acumulada de 13.000 millones y que este año presagie pérdidas de más de 300. Así se explica la ruina de un país que sólo se preocupa de frenar el despilfarro de cuatro chorradas.
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