Quienes saben de eso coinciden en que las propiedades
nutrientes de la carne de caballo no son inferiores a las que ofrece la de
ternera o cerdo, pero en general siempre tuvo mala prensa, desde Moisés, que no
la recomendaba, hasta el papa Gregorio III que la prohibió. Así y todo, desde
la prehistoria, se consumió, unas veces a escondidas y otras no.
Ahora vuelve a
ser actualidad, con tintes dolosos más que de riesgo para la salud, sin que
falte quien opine que también puede existir por la falta de controles
sanitarios que se le supone a un producto que se cuela en las cadenas de
alimentación como componente clandestino.
En cualquier caso se trata de un fraude
con fines lucrativos, y aunque se ha descubierto, los controles sanitarios
tardaron demasiado en detectarlo, lo cual indica que las inspecciones fueron
deficientes; y puede que lo sean también otros registros que simulan hacerse y
no se hacen con rigor. Lo que no mata engorda, pero lo menos que se puede
exigir es que no se nos engañe.
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