Nada ni nadie puede garantizar que el político chorizo no meta la mano en la caja a las dos semanas de ejercer sus componendas, pero obviamente las posibilidades y opciones de inmoralidad se multiplican si perdura en el cargo quince o veinte años. De ahí la suma importancia de limitar los mandatos de los electos en las urnas, no solo por reducir los casos de corrupción o nepotismo, sino por salud democrática del propio sistema. O incluso por razones de eficacia; generalizando, los apoltronados acostumbran a desfallecer en su gestión por el hartazgo que generan las conductas engullidas y marcadas por la rutina. Siendo fundamental la ética, también lo es, y mucho, la estética. Y al ciudadano puede molestarle que sean siempre los mismos los que muevan el cotarro, y con mayor razón si lo hacen mal, no resolviendo sus problemas. Por eso es muy de considerar la determinación del Parlamento extremeño al aprobar, con la única abstención socialista, la propuesta del presidente José Antonio Monago limitando a dos legislaturas los cargos públicos.
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