PRODUCE náuseas observar la tardía reacción de los líderes mundiales, o de la propia ONU, espoleados todos por el efecto dominó de la caída de las dictaduras árabes, no precisamente porque no sea lo que debe hacerse sino por no haberlo hecho antes. Los que ahora acusan de tirano y criminal a Gadafi son los mismos que hace quince días rifaban por abrazarle y adularle cuando se ponía a tiro. Que el dictador tuviese la llave del grifo del petróleo que abastecía (o abastece) a media Europa no justifica tan cínica conducta; si antes se peleaban por loarlo y ahora deciden crucificarlo, ¿no eran sabedores entonces de lo depravado que era? Por eso, aunque sólo sea moralmente, son cuando menos cómplices y encubridores de las atrocidades que le atribuyen. ¿O no es el autócrata libio el mismo que hace un mes o diez años? Tal actitud, la de los líderes, llega a forzada por las revueltas populares, no por iniciativa propia, como algunos de ellos tratarán de venderlo queriendo erigirse en impulsores de todas las libertades.
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Bogotá, abril de 2024. – *L*os libros interactivos ocupan cada vez más
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