Mal se entiende que el titular el Interior utilice en el Parlamento el disfraz de la ironía y el humor para librarse del caso Faisán, que de gracia no tiene nada por ser de máxima gravedad y sobre el que hay proceso abierto y varios imputados. Es, parece, su mejor arma para eludir una responsabilidad que podría significar el fin de su largo periplo político de confirmarse algunos extremos. Pero si inaceptable es que un aspirante a candidato a presidir el Gobierno trate de sortear el marrón parodiando un canturreo para esquivar a opositores, que representan el 50% (o casi) de los ciudadanos, tanto o más lo es que el presidente de la Cámara ría la ocurrencia como la más ingeniosa que vivió al frente de tan alta magistratura, cuando el cargo le exige respeto a todos los grupos e imparcialidad total. Que su apellido coincida con el de un cantante y tenga afinidades con otro no le da derecho a desternillarse con el símil rubalcabiano. Nada le impide celebrar al tarareo en la intimidad o entre sus caballos si tan divertido le resulta.
Díaz llama a movilizarse en contra de los "enemigos de la democracia":
"Escribamos, hablemos, no dejemos que nuestro país caiga en el miedo"
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