Ojalá fuese una excepción de las que hacen regla, pero no siendo un caso único la penuria que castiga a muchos ayuntamientos, pequeños y no tanto, el de Madroñera, en Cáceres, evidencia mejor que ningún otro el deterioro de un sistema que se desploma por estar asentado sobre una cimentación artificiosa y que ahora aflora porque la crisis no permite más argucias ni más engaños. La energía eléctrica le fue cortada por impago desde hace tres años, por un débito de 1,2 millones de euros, y ahora las bombillas del consistorio medio alumbran gracias a un generador, que también amenaza con pararse por falta de combustible. Pero su deuda global asciende a cinco millones de euros, sin que los acreedores tengan la menor esperanza de recuperar los descubiertos, entre otras razones porque primero deberían percibir sus salarios los empleados y no lo hacen desde febrero. Y son ciento cuarenta, en un municipio de poco más de dos mil habitantes. Son los menos culpables, pero aquellos excesos trajeron estos lodos. Quienes deberían evitarlo los propagaban. Este es el resultado.
Por eso se hace cada más imprescindible reducir el número de ayuntamientos para reducir gastos y aunar servicios. De lo contrario, muchos ciudadanos se quedarán sin las atenciones mínimas a las que tienen derecho por falta de medios de sus municipios.
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