Como nadie de los que deberían hacerlo hace nada por atajar la conflictividad escolar, no sorprende en absoluto que en la provincia de Lugo se haya duplicado en un año. Y supongo que en otros puntos de España la situación será similar, por desgracia. Muy pronto, a este paso, para entrar en las aulas, los profesores tendrán que hacerlo con casco y chaleco antibala.
El profesorado, por razones obvias, es quien primero sufre las consecuencias, pero el desenlace es de alcance bastante más destructivo, porque los que engendran la violencia serán también, con efecto retardado, los que con más crudeza la padezcan.
Con todo, el componente más frustrante de todo este aglomerado de desatinos es sin duda el acoso también creciente, con agresiones, amenazas, insultos…, que los maestros reciben de los padres de alumnos rebeldes, que en vez de contribuir a enderezarlos, se erigen en cómplices de los desvaríos, al tiempo que culpan a los formadores de la deficiente educación de sus vástagos, que siendo de responsabilidad familiar no inculcan, y que confunden con la instrucción, que tampoco suele fructificar por ser incompatible.
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